miércoles, 18 de julio de 2018

La lengua de los sueños

De física. Anécdotas, sucedidos y microrrelatos de ambiente científico, todos ellos reales

Los científicos también son seres humanos. Este hecho trivial tiende a olvidarse en medio de los conceptos complicados, las matemáticas avanzadas y el lenguaje intimidante de la ciencia, pero nadie puede evitar su naturaleza; los científicos tampoco. Muchas de las reuniones de trabajo que se suceden sin interrupción en los grandes laboratorios ponen de manifiesto este hecho más que cualquier otra situación. Cuando un ponente de aspecto gris, voz queda, pasión inexistente y tema plúmbeo expone sus trabajos rutinarios, la visita que Morfeo hace a los oyentes es demasiado amable como para que se nieguen a acogerlo.

En el último quinto del siglo XX, en el laboratorio de física de partículas más importante del mundo, esta situación se produjo una vez más. Este hecho, por habitual, no tendría mayor relevancia si no fuera porque esta vez hubo un detalle que lo hizo diferente. Un fornido ruso describía sin pasión, con monotonía, sin color y con un inglés incomprensible las características de algún detector avanzado que jamás se construiría, y que no interesaba a nadie salvo quizás a algún miembro del KGB identificado como secretario científico. Entre los asistentes a tan apasionante discurso uno destacó por encima de los demás. Tras cinco minutos de discurso, cuando un 20% de los asistentes se habían abandonado al dios de los sueños; otro 40% intentaba acceder a esa avanzada herramienta de comunicación de la época: el correo electrónico y el resto borrajeaba el artículo que se había imprimido sin poderlo leer por puro sopor; eso sí, todos poniendo caras de gran atención y haciendo gestos de afirmación ante la monotonía del soviético, uno de los asistentes llamó la atención de un pequeño grupo. No paraba de realizar gestos extraños, una mezcla peregrina entre el ceño fruncido para quitar de entre los dientes ese molesto trozo de naranja, el cuello jirafero para asomarse y la angustia del ahorcamiento. Según afirma uno de los miembros de ese grupito: "...yo estaba muy asustado, creía que le estaba dando un ictus...". La gesticulación continuó durante muchos minutos, tantos como se alargó la pesadísima exposición del ruso.

Cuando el suplicio soviético llegó a su final, fue aderezado por los consabidos aplausos, que son el despertador de ese prudente y durmiente 20%. Llegó entonces el momento de descansar e ingerir tanto café como fuese posible en 20 minutos, antes de volver al interior de la sala para repetir la operación con otro ponente igualmente interesante. En este momento de relajamiento, varios de los asistentes asaltaron, preocupados, al autor de los gestos: "¿Estás bien? ¿Qué te pasa?". La respuesta confirma el enunciado del inicio: "No me pasa nada. Tan solo trataba de tocarme la campanilla con la punta de la lengua para no dormirme".

Cualquier método vale para intentar hacer frente a Morfeo. Pero el resultado siempre es el mismo: nadie se acuerda de lo que dijo el ruso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario